La biblioteca personal de Manuel Puig es famosa por su falaz inexistencia. Un antiguo artículo del joven Alan Pauls selló en el imaginario crítico la idea de que Puig no leía, y sobre todo no tenía libros en su casa. Un examen más atento se podría ocupar de deslindar la conservación de los libros de su lectura, hecho que no se agota en un inventario, pero lo requiere. En este trabajo ofrecemos una primera aproximación a esa biblio-videoteca y nos asomamos a una amistad casi secreta que dejó su huella en un ejemplar de Pedro Páramo.