La crítica genética nace como el estudio de manuscritos modernos dentro del campo de la teoría literaria1 . Esta circunstancia pone en movimiento algunas preguntas: ¿por qué mostrar versiones de una obra que el autor no quiso dar a conocer? sería la primera de ellas. Esta pregunta, de aparente simpleza, descansa en presupuestos que se desarman ante cualquier estudio serio de archivo. Estos son, por lo menos: la noción de autor como entidad monolítica y soberana, que sería una entrada posible para llegar a la idea de que un autor escribe en la soledad de su gabinete y frente a una página en blanco. Abrir el archivo pone en cuestión, entre otras cosas, el sistema de consagración, las operaciones de edición y las constricciones que los escritores y las escritoras (otra categoría oculta en la primera pregunta) atravesaron en su proceso creativo frente a una página que, lejos de estar en blanco, se encuentra poblada de mandatos de época y de lugares comunes. Otro aspecto de la pregunta de por qué mostrar eso es que pone en evidencia un modo de leer los manuscritos que tiene como único objetivo reafirmar un texto consagrado y como consecuencia lateral la pérdida misma de los archivos al convertirlos en texto muerto cuyo valor museístico queda atado al prestigio alcanzado por el escritor. De este modo, las bibliotecas no los necesitan y tampoco saben qué hacer con ellos.