La revolución de los colorados, producida en Mendoza en noviembre le 1866, no fue sólo uno de los tantos sucesos tumultuosos que se desencadenaron en el transcurso de ese año en el interior de la República, sino también punto de partida de una rebelión que alcanzó proporciones nacionales. En efecto, la vibración revolucionaria que ella produjo, se propagó no sólo en las provincias con las cuales Mendoza tiene contacto territorial, sino también en otras más alejadas, La Rioja, Catamarca y aún en Salta y Jujuy, convulsionando todo el interior durante los años 1867 y 1868, y causando graves preocupaciones al Ejecutivo Nacional. Esta reacción dirigida abiertamente contra la política mitrista y alentada por los grupos federales que habían quedado postergados después de Pavón, puso en primer plano en el escenario de la lucha a los montoneros, los que por su hondo arraigo telúrico, aparecían como intérpretes del sentimiento regionalista, y como defensores del acervo local, identificados totalmente con los vaivenes de la política provincial, ejercían influencia decisiva en los habitantes de la campaña. Obedientes a sus caudillos, se alzaron no sólo contra el gobierno central, sino también contra sus propios gobiernos provinciales, desencadenándose una sucesión ininterrumpida de guerras y guerrillas que con alternativas de triunfos y fracasos, perturbaron sensiblemente el orden político del país, y amenazaron provocar la disociación social.