Dos figuras de relieve contó la provincia de Tucumán en el período de 1858-60, que aceleró su crecimiento en todos los órdenes y especialmente en la educación: el doctor Marcos Paz y el insigne educador francés Amadeo Florentino Jacques. Ambos configuraron una sólida amistad y mismas perspectivas de progreso, amistad y protección sin la cual la obra de Jacques hubiera caído en el olvido más absoluto. La correspondencia entre ambos hombres habla elocuentemente de los sinsabores y penurias que debió superar y no siempre, el maestro francés, para llevar a cabo sus ambiciosos planes de enseñanza en Tucumán y más tarde en Buenos Aires, y donde el apoyo de Marcos Paz fue vital y necesario para consolidarlo. Ambos estaban embanderados en el campo liberal. El primero, en una larga lucha por sus principios federalistas, cimentada a través de su brillante actuación pública en 1835 como secretario de la Sala de Representantes de Tucumán, dos años después, siendo ministro de Salta, fundó la Sociedad de Beneficencia, que establecería también en Tucumán como gobernador; restableció la Sociedad Protectora de Educación Pública y dio impulso a la creación de escuelas en diversos departamentos salteños. Senador nacional entre los años 1854- 1858, gobernador de la provincia de Tucumán (1858-1860), gobernador de Córdoba; comisionado a las provincias del norte y, finalmente, vicepresidente de la República entre los años 1862 y 1867 en la fórmula que triunfó con el general Bartolomé Mitre. Toda su trayectoria política estuvo al servicio de la unificación del país y su inteligencia para el progreso y bienestar de la República.
El segundo perteneció a la generación ecléctica que inspirá la restauración borbónica y cuyo jefe indiscutido fue Víctor Coussin. Divergencias no superadas le hicieron separarse, y con Jules Simon, ubicados a la izquierda del movimiento, iniciaron una abierta campaña contra la intromisión oficial y dogmática dentro de la enseñanza secundaria y especialmente universitaria. Convencido de sus ideales, fundó en el año 1847, con el insólito y atrevido nombre de Le Liberté de Penser, un órgano filosófico y de combate, donde su pluma defendió las premisas de una educación popular y sin limitaciones interesadas.