Las elecciones realizadas en Buenos Aires en febrero de 1864, para renovar la representación provincial al Congreso de la Nación, son típicas de una época sombría en el desenvolvimiento de nuestro civismo y su crónica muestra con toda crudeza cuál era entonces, como lo fué ha^ta mucho tiempo después, la realidad de nuestra democracia.
Es esta la edad de oro del fraude, impuesto por la fuerza o la artimaña, la intimidación antes de acto comicial, el escándalo y la violencia durante su desarrollo. Del escamoteo de la voluntad popular, surgían las representaciones detentadas por pequeños núcleos profesionales de la política, divididos más que en partidos, en círculos o banderías sin orientación doctrinaria definida. La masa del pueblo, ante la: repetición reiterada de la burla, desertaba de los comicios, en los que abundaban más los tiros, pedradas y botellazos que los sufragantes.