El éxito electoral de los partidos políticos de extrema derecha en Europa, sumado al declive de los partidos tradicionales, particularmente la socialdemocracia, ha generado cierta preocupación debido a sus discursos nacionalistas y xenófobos que menoscaban los valores de tolerancia y pluralidad. En contraposición con la situación de países como Francia, Alemania, España y Hungría, se tiende a situar al ejemplo de los países escandinavos: Dinamarca, Noruega y Suecia. Estos Estados ocupan los primeros lugares de los índices mundiales de bienestar y felicidad año tras año, y Escandinavia es considerada como una de las regiones más progresivas del mundo, con niveles altos de calidad democrática y desarrollo socioeconómico. Las naciones nórdicas parecen perfectas: son la imagen de países prósperos, con estabilidad social, económica y política, y parecieran alejadas de los radicalismos que recorren el resto de Europa. Sin embargo, esto está lejos de la realidad: las fuerzas nacionalistas e islamófobas son cada vez más populares, y en los últimos años los partidos que las representan —el Partido Popular Danés, el Partido del Progreso noruego y los Demócratas de Suecia— se han instalado en los distintos parlamentos como pivotes vitales para la formación y estabilidad de los distintos gobiernos.