Uno de los puntos fundamentales para comprender la psicología de don Samuel Lafone-Quevedo es su amor a los párvulos, a los “changos” de Pilciao, la mísera e inhóspita tierra catamarqueña en la que realizó función de civilizador. Muchos motivos debieron de hacer conjunción en su espíritu para lograrlo. Por una parte, una ternura rebosante y falta de destino, que su formación británica se esforzaba vanamente por contener. Por otra, una especie de revancha contra su destino de célibe solitario. Por otra, todavía, la comprensión de que aquellas pobres gentes, estragadas por el alcohol, el hombre y la miseria, no podían ser salvadas en sus representantes adultos y que toda esperanza tenía que ser radicada en los infantes, aun no contaminados por las plagas ni corroídos por el desgano y la desesperación.