Desde la época clásica se repite una verdad de Perogrullo que no hace más que reafirmar y reproducir las formas de la dominación de nuestras sociedades desde hace tantos siglos: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Y parece haber habido una gran mujer detrás del célebre Julio Cortázar. Esa sospecha se agranda a medida que avanza la lectura de los escritos de Aurora Bernárdez, hasta ahora inéditos. Parte de la grandeza literaria de Aurora ya era evidente en su labor de traductora creativa y versátil, pero ya sabemos que en el mundo literario, mutatis mutandi, se podría decir que “detrás todo gran escritor, hay una gran traductora”, enfatizando el carácter jerárquicamente construido entre las dos actividades, al menos en la consideración de la mayoría de los mortales los dioses, en cambio, suelen valorar más a las traductoras que a los escritores.
Lo cierto es que Aurora Bernárdez creció, primero, a la sombra de su hermano Francisco Luis, poeta bastante olvidado en nuestros días; después a la sombra de quien fue su marido durante casi 15 años y a quien le dedicó también sus últimos 20 años de vida como albacea de su obra literaria, Julio Cortázar; y que durante toda su vida se refugió del sol a la sombra de los nombres de quienes traducía (Nabokov, Flaubert, Faulkner, Bradbury, Durrell, Calvino, Camus, Sartre, de Beuavoir, Bowles). Dándole otra vuelta de tuerca al refrán, se podría decir que detrás de un hombre exitoso hay una mujer trabajadora y cansada.
Y, mientras hacía tantas cosas, Aurora escribió para sí misma un manojo de relatos, unos cuantos versos y una especie de miscelánea extraída de “Cuadernos” y que ahora es publicada bajo los títulos de “Viajes”, “Artes y oficios”, “Palabras”, “Vida”.