El joven Karl Marx aborda un momento recortado de la vida del pensador alemán, aquel que va de 1843 a 1848, cuando tenía de 25 a 30 años. La trama, centrada en él, permite que se lo enaltezca aunque sin exageraciones, no hay épica, más bien la apuesta es “humanizar” al personaje. En cambio, el que será su compañero de aventuras es retratado con una pizca de sorna: un jovencito rico que sostiene a Marx. Nos referimos a Friedrich Engels. Son los inicios de esta dupla lo que registra la película, cómo comienza esta sociedad y activan políticamente a la par del trabajo intelectual. En las últimas escenas emprenden un nuevo desafío, el de escribir un manifiesto, hasta ahí llega Peck. Todo esto es narrado bajo la pretensión de realizar una reconstrucción exigente y atada a los hechos. La ropa, los muebles, el vocabulario, todo está en función de trasladar a los espectadores a mediados del siglo XIX. A priori parecería no haber marcas del presente, o si las hay, son difíciles de detectar. Quizás una de ellas sea, feminismo en alza mediante, la importancia que se le da a Jenny, la mujer de Marx, una figura que suele pasar desapercibida.