La extensa zona del Chaco queda dividida en tres partes por los ríos Pilcomayo y Bermejo. Desde este último río hasta la ciudad de Santa Fe, se encuentra lo que se ha denominado Chaco Austral.
Una zona inmensa, sin límites fijos, ya que recién en 1886 se tomará el paralelo 28 como línea divisoria entre el territorio nacional del Chaco y la provincia de Santa Fe, era habitat de diferentes tribus de indígenas.
Durante casi tres siglos Santa Fe se vio acosada por el constante peligro de los malones de indios chaqueños que desde el siglo XVII eran diestros en el manejo del caballo.
Desde la época de la conquista se buscó la posibilidad de establecer verdaderas defensas, ya organizando fuerzas, ya buscando el medio de evangelizar a los indios menos díscolos y mejor dispuestos. Ejemplo de esos esfuerzos son las fundaciones de San Javier, con indios mocovíes, en 1743, San Jerónimo del Rey, con abipones, en 1748, ambas establecidas por los jesuitas, mientras los franciscanos hacían un intento fundando en 1750 la Concepción de Cayastá, con charrúas traídos de Entre Ríos. Todas estas reducciones se establecieron a orillas de un afluente del Paraná, zona de la que nos ocuparemos especialmente. Al producirse la expulsión de los jesuitas, estos fueron reemplazados, en la medida de lo posible, por mercedarios y luego por franciscanos, y las poblaciones fueron languideciendo por pobreza, abandono de parte de los indígenas, quedando en oportunidades sólo ruinas, que años más tarde se tratará de hacer revivir.
El Chaco es una incógnita imposible de resolver para los gobernadores santafecinos y como nunca cuentan con medios suficientes para defender a las poblaciones, buscan atraer a los colaboradores otorgándoles, por leyes de 1818 y 1819, tierras a los hijos del país, si ayudan al gobierno en los casos de peligro.