Lejos estuve de ser el único que se encontró en Los Simuladores. La serie, un escape de ficción en tiempos de reality shows y crisis, se convirtió en una sensación desde su lanzamiento el 21 de marzo 2002. A pesar de transmitirse durante los pegajosos primeros días de enero, y enfrentar la munición pesada del canal contrario (que programó el estreno de Nueve Reinas a la misma hora), su capítulo doble final alcanzó un rating de casi treinta y tres puntos en 2004, impensados para la televisión moribunda de hoy. La producción ganó siete premios Martin Fierro, incluyendo el de oro. El formato fue exportado y rehecho en Chile, España, México y Rusia.
Mas la verdadera medida de la vigencia de Los Simuladores ha sido su pervivencia en el imaginario colectivo: las comunidades en redes sociales, los memes, los videos en Youtube, los permanentes rumores de una secuela y su consagrado lugar en el debate virtual como la mejor serie argentina jamás hecha. Siendo producto de un medio que en nuestro país es particularmente efímero y amnésico, la serie ha logrado de manera encomiable seguir renovando su público. Primero, a través de la subida ilegal por parte de fans a canales de streaming o plataformas de file sharing, y en los últimos años, gracias a formar parte del catálogo de servicios de gran penetración en el mercado como Youtube y Netflix. Cuando la empresa norteamericana de la N anunció que discontinuaría la serie en 2018, la autonombrada “Asociación de fanáticos de Los Simuladores” se organizó y desplegó un operativo en redes digno de la ficción que forzó la decisión por renovar los derechos de transmisión. Sólo Los Simpsons podrían arrogarse mayor poder de convocatoria.
¿Por qué Los Simuladores resonaron de tal manera en el público argentino?