Pájaro Tamai y Marciano Miranda están tirados en el suelo del parque de diversiones a punto de morir. Ya habiéndolos arrojado a esa muerte inminente, entre alucinaciones y escenas desordenadas, Selva Almada comienza a reconstruir con absoluta precisión sus vidas en esta historia de masculinidades, pobreza y resentimientos en un pueblo de Chaco.
Así como desde el inicio ya se sabe el desenlace, toda la estructura de la obra está desarrollada de una manera dinámica. A partir de dar a conocer la muerte agonizante de los protagonistas, la escritura va y viene en un conjunto de episodios que la autora elige narrar de manera no lineal, valiéndose de repeticiones para afirmar algunas ideas y sensaciones. Pasa algo significativo también con su lectura: si bien ésta nunca es pasiva, dado que lo que se ofrece es todo lo contrario a una elaboración final puesta en un paquete lista para el envío, es la persona que lee quien va armando en ese dinamismo una historia que no logrará completar sino hasta llegar a la última página.
Se podría pensar a Ladrilleros como historias paralelas que en un momento comienzan a cruzarse hacia un destino trágico. Casi una versión shakespeariana de dos familias enemistadas desde hace mucho tiempo en una provincia argentina. Casi una operación dialéctica: la tesis Tamai, la antítesis Miranda y la síntesis dramática en la muerte. Casi porque tan antitéticos no eran, y porque el deseo aquí le escapa a la heteronorma y no se cobra la muerte de ambos amantes.