El presupuesto nacional para el año 1897 es deficitario. A nadie sorprende.
Argentina, país en vía de desarrollo económico, soporta, sin inquietarse mayormente, la enfermedad crónica del déficit. ¿Consecuencias? Inmediata, ninguna. La marcha es, aparente, siempre igual. Sólo los suspicaces reflexionan que el déficit persistente debilita, por ser maligno, la salud financiera de la nación. En primer lugar, porque disminuye ostensiblemente el ritmo del crecimiento económico.
El Estado necesita urgentes recursos para la defensa nacional. El imperialismo chileno es un peligro evidente. ¿Y qué muestra el proceso histórico? Que en la Argentina de fines del siglo XIX está débil y desnutrido el espíritu de amor por la patria. Se lucha más en defensa de los intereses económicos sectoriales que en la defensa de la unidad nacional, del bien común.
Es una realidad histórica evidente la incomprensión del momento crucial en que se vive. Se carece de una conciencia superior de sacrificio por la patria.
En una economía de pre-guerra es inteligente ofrecer una parte de los bienes personales como intento de evitar, dentro de lo posible, la realidad de la cruenta guerra, en que se solicita hasta el sacrificio de la propia existencia.