Repasar la obra musical de Charly García es una buena forma de entender que no todo es positividad, no todo es alegría, no todo es “yo puedo” y no todo es “me gusta”. Al contrario, implica transitar la luz y la sombra, el placer y el dolor, lo consonante y lo disonante, como parte de una misma experiencia sensitiva y cognitiva. Se trata de una obra que contiene una pulsión de vida y una pulsión de muerte, que hace un culto de lo bello y de la virtud, pero también pone de manifiesto el disparate y el equívoco como una forma de contraponerse a una sociedad somnolienta.
Cada disco de Charly lleva implícito un mensaje verbal y no verbal (la mayoría de las veces, incomprendido en su época). El material del que les voy a hablar es expresión de un momento de mucha vitalidad y sensualidad. Ahora bien, creo que toda apreciación estética y musical exige situar al ojo que mira y al oído que escucha. Por eso, me gustaría comenzar este comentario situándome a mí mismo frente al disco, para reponer algunas conexiones o “entradas” personales a la obra.