Desde un principio, Sancholuz propone su estudio como el trazado de un mapa, un mapa que no está sujeto a un asunto territorial físico, sino que, en la progresión de su lineamiento, traza la espacialidad de un afecto: la pasión caribeña. El espacio trazado por este mapa se delinea, de forma transversal y articulada, hacia la lectura crítica de la obra del escritor puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá. En este sentido, Sancholuz lee en la obra de Rodríguez Juliá –tanto las crónicas como las novelas que ficcionalizan el siglo XVIII puertorriqueño– un panorama, una espacialidad compuesta de diversas interpelaciones dirigidas a las distintas tradiciones interpretativas con que ha sido imaginada la compleja identidad puertorriqueña