En 2019 se celebraron dos instancias electorales en Israel: la primera fue en abril y la segunda en septiembre. Podría decirse que se produjo un abismo entre los cinco meses que las separan y, asimismo, la perspectiva de producirse un gobierno estable como resultado fue igual de incierta. Debe agregarse, sin embargo, que como las elecciones de septiembre se tradujeron en un nuevo empate, los dos candidatos mayoritarios, el actual primer ministro, Benjamin Netanyahu, y el líder del bloque Azul y Blanco, Benny Gantz, no lograron imponerse uno sobre el otro ni tampoco, consensuar un gobierno de unidad. Habría de celebrarse una tercera nueva instancia electoral en 2020, para dirimir la cuestión y forjar, no sin dificultades, un compromiso entre ambos candidatos que acordaron compartir el trono, turnándose por períodos.
Podría advertirse en el caso israelí la manifestación de una problemática íntimamente ligada con la representación política y aquello que Claude Lefort caracterizó como la desincorporación del poder propia de las formas democráticas de sociedad. En otras palabras, el triple llamamiento a elecciones refleja que en Israel el poder no le pertenece a nadie: veamos qué quiere decir esto.