El poder duro, como manifestación de lo material, militar o nuclear en una relación de fuerzas convencional de un Estado, alcanza cierta preponderancia ante el debilitamiento o falta de profundización de un poder blando, entendido más como una faceta inmaterial donde coexisten manifestaciones políticas de recursos no tangibles que se relacionan intrínsecamente con la diplomacia en sus instituciones democráticas.
La segunda década del nuevo milenio marca una tendencia altamente peligrosa en relaciones de fuerza que compelen el devenir de la seguridad internacional. La competencia geopolítica en materia armamentística nuclear entre un EEUU en proceso de estancamiento y una Rusia en permanente ascenso ponen en jaque un nuevo formato de garante sistémico.
Las políticas de apaciguamiento que alguna vez pudieron acercar posturas antagónicas a fines pacíficos o armisticios convencionales tanto en el orden institucional como global hoy carecen de sustentabilidad gubernamental y caen en el ostracismo.
Ante la inminencia de nuevos actores que desafían el orden establecido, la abulia desarticula lo articulado. Tratados de enorme relevancia para el desarrollo de la paz y la seguridad mundial están prácticamente fenecidos.