La situación de aislamiento social, con sus diversas modalidades, nominaciones y regulaciones a lo largo de toda América Latina, trajo consigo la manifestación expresa de la que es -tal vez- su tendencia estructural más grave:
la marginalidad económico-social. (Jaguaribe, Ferrer, Wionczek, & Dos Santos, 1980) Profundizadas las vivencias de pobreza y exclusión por un estancamiento de la actividad económica, en una Latinoamérica severamente golpeada por los procesos de retracción macroeconómica que ya se encontraban en marcha, se propició la salida a la luz de numerosas desigualdades.
Entre ellas, cobraron especial relevancia las relacionadas a la ocupación de tierras, fueran estas públicas o privadas, situación que pone en vilo a países como la Argentina. Pero este fenómeno no es exclusivo ni de nuestro país ni tampoco de nuestro tiempo.
La crisis habitacional en las ciudades latinoamericanas, y las permanentes y crecientes restricciones en el acceso a la tierra de cultivo, son problemáticas asentadas y raramente abordadas con la seriedad y el estatus que merecen.