En la década del veinte, momento de afirmación de un discurso sobre la literatura argentina como arte, junto a los elementos renovadores de vanguardia, persistió una retórica espiritualista que tuvo dos efectos principales: consolidar la idea de un espacio literario elevado y autónomo y promover una élite literaria moderna con aspiraciones de poder espiritual laico. Se analiza acá cómo esa configuración retórica e ideológica incidió en la definición de la literatura y de los escritores, cómo colaboró con una estética de lo sublime según la cual el arte se opone al mundo de la vida cotidiana y la literatura es imaginada como independiente de sus condiciones de producción, afirmando la distancia respecto al mundo social del que forma parte y reforzando la ilusión de integrar un dominio del espíritu separado de la vida material.