Más allá de las valoraciones personales o los comentarios circunstanciales que Lorenzo García Vega emite a propósito de los miembros del grupo Orígenes (más allá, pues, de todo su jugoso anecdotario, y de cuanta noticia pueda contener sobre el contencioso entre Lezama y Gastón Baquero por causa de unas torrejas, o sobre la dosificación etílica impuesta en Bauta por el Padre Gaztelu a sus convidados de hielo), en Los años de Orígenes es posible encontrar una verdadera crítica de la razón origenista.
Si el impulso primordial de Orígenes es el de superar su propia circunstancia, expresado en la búsqueda de aquellos “cotos de mayor realeza” que dijera Lezama, ese intento de superación entraña para García Vega una negación de la realidad bajo la forma de una ilusión sublimante que se proyecta sobre un contexto culturalmente raquítico y socialmente bastardo. Significa, en definitiva, escapar de la mediocridad (en la que habrían quedado sepultadas las manifestaciones culturales preorigenistas) solo para refugiarse en la ficción de una plenitud artificial (una “fiesta innombrable” que nunca tuvo lugar). Así, García Vega encuentra los gestos fundadores del discurso de Orígenes en el tapujo, el ocultamiento y la represión.