La culpa revela la presencia de nuestra persona que se descubre cuando, ensimismándonos, escapamos a la seducción tranquilizadora de las cosas, creencias e ilusiones. Aparece en la desesperación al dejar escapar la terrible pregunta por el sentido de la existencia. La interrogación es arrojada como el guante del desafío. ¿Quién la recoge? Somos libres para darle la espalda o para aceptarla si reconocemos que no pertenece a nadie más que a nosotros mismos. Podemos quedar en tierra firme, preocupándonos por los quehaceres cotidianos o saltar al abismo con la esperanza abierta del que no ye lo que espera. De este acto libre, singular y tajante, que debe decidir por lo uno o lo otro, surge la culpa, que constituye el núcleo de la existencia. Desde la perspectiva de esta situación originaria descendemos al abismático espacio del ¿para qué?, que cuestiona por el sentido de nuestra vida.