Para los pedagogos de hoy —aun para aquellos que lo niegan— Rousseau es algo así como el substratum de toda construcción educativa y de todo sistema pedagógico que aspire a tener alguna trascendencia. Es el punto de partida de una nueva manera de ver el noble proceso de la formación del hombre y el anunciador de caminos que todavía no han sido explorados del todo. Precisamente por ello, por sus anticipaciones, el pensador ginebrino pertenece a la estirpe de aquéllos cuyo ideario no puede agotarse en decenas de libros y, mucho menos en el brevísimo lapso de una conferencia, una clase o un artículo. No obstante, conocedores del riesgo que impone la limitación del tiempo y del espacio de que disponemos nos hemos decidido a acometer la empresa e intentar un esbozo de las grandes líneas de la pedagogía roussoníana, tomando especialmente aquellos aspectos que constituyeron un aporte original, revolucionario, a la teoría y práctica de la educación. Muchos de esos aportes han sido metamorfoseados por los años, pero en lo sustancial mantienen la misma frescura y la misma firmeza que tuvieron en el nacimiento.