Ya había transcurrido la primera década del siglo cuando el ilustre profesor de Derecho se asomó al gabinete psicopedagógico, en el cual un gallardo mozo, de blanco guardapolvo y de ya atildados bigotes, veía cómo en el ahumado tambor la aguja iba grabando los signos de un músculo fatigado. El joven investigador, Alfredo L. Palacios, que poco después enfrentaría a su maestro desde la banca parlamentaria, indicóle a Carlos Saavedra Lamas el despacho donde Víctor Mercante atendía la Sección Pedagógica de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales; en ella se habían concitado las más ilustres figuras del conservadorismo liberal y de iconoclastas adalides del verbo del novecientos. Estaban construyendo la Universidad nueva, inflamados por el espíritu del siglo en naciente.