Black out de María Moreno es un libro a la vez soberbio y cauti-vante. Juega ex profeso –con la impunidad con que juegan los niños cuando son vistos jugar por los adultos– a ser algo que no puede llegar a ser: un juego con la propia insolencia y el propio poder de seducción de lo imaginario. Simula ser la síntesis –imposible y por ello mismo necesaria– de una vida en una obra y de una obra en una vida. En él se activa secreta y salvajemente, en el espacio de la ficción, una suerte de método progresivo-regresivo que pone en escena la teatralidad última de lo imagina-rio. Sería casi un María Moreno par María Moreno si no fuera posible agregar que la operación moreniana inscribe además una picaresca flexión paradojal que se puede leer en el título del libro, pero también en el nombre y en el género sobre los que se compone.
En ese punto, la opción de María Moreno se aparta de la simplificación comercial en la que suelen abrevar las adscripciones celebratorias a la “escritura del yo”. Una autobiografía elaborada el día después de una borrachera destruye desde el vamos, en su materialismo ensoñado, toda ilusión referencial. Pero confronta especial y deliberadamente con la creencia natural –es decir, de una naturaleza inculcada, asimilada y reproducida– según la cual se afirma que “no hay más que cuerpos y lenguajes”. Black out es una “novela viviente” que viene a decir –y dice sin pena pero también sin culpa– lo que casi nadie quiere oír: que hay fantasmas.