La escritura es un invento relativamente reciente en la historia de la humanidad. Desde los primeros ideogramas que permitieron llevar las cuentas de los pagos de impuestos en Sumeria, hasta la proliferación actual de la escritura táctil en pantallas, transcurrieron alrededor de 5000 años. Sin embargo, el problema de la universalización de la enseñanza de la escritura y la lectura es un problema de la segunda mitad del siglo XX (Raiter, 2010) que aún hoy continúa convocándonos a (re)pensar no solo el acceso pleno a estas prácticas como un derecho de la ciudadanía en general sino también los desafíos que implica su enseñanza a adolescentes y jóvenes en particular. En el espacio de la escuela secundaria, y contrariamente a lo que se suele suponer desde diversas miradas estigmatizadoras, se escribe (y se lee) mucho. La escritura es central en este nivel dado que un estudiante de escuela secundaria debe poder mostrar y acreditar, escribiendo, que entendió aquello que dicen los libros (Hébrard, 2006).