Conocí a Manuel Vicent a bordo de uno de aquellos tranvías donde viajaba una chica que se llamaba Marisa y a ratos Juliette y otros ratos simplemente Julieta. Allí la cabellera de la joven perseguida por los ojos encendidos de un escritor que no ha dejado nunca de saber dónde está la materia mejor para la invención de sus historias. Lo decía Dashiell Hammett y después Blanchot: “contamos nuestros sueños por una necesidad oscura: para hacerlos más reales”.