Hasta que pase un huracán es uno de esos libros pálidos –ni melancólicos ni tristes, ni sarcásticos ni crueles– construidos sobre la trajinada modorra existencial de eso que –por pereza o por cansancio– convenimos en llamar “la clase media”. Narra los frustrados intentos de un personaje leve hasta la inconsistencia por abandonar el destino de una vida miserable en su ciudad natal. La ciudad no aparece nombrada y, pese a que en apariencia parece tratarse de Cartagena de Indias, podría pensarse que la indefinición apunta implícitamente a una tipificación de la contingencia latinoamericana. Que la condición de la modernidad latinoamericana aparezca redundantemente periférica bajo la empinada afectación de un precoz imaginario neoliberal, no es –de por sí– un agravante. Más aún: en manos de algunos de los ironistas mordaces de la nueva narrativa argentina –como Carlos Godoy o Hernán Vanoli– esa perspectiva cristalizada bien podría ser el convite tentador, el punto de partida de una ficción picaresca, delirante y corrosiva sobre los anatemas sociológicos del progresismo más trillado. No es el caso de la joven escritora colombiana Margarita García Robayo, autora además de los libros de relatos Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza (2009) y Las personas normales son muy raras (2011).