El “decisionismo” puede definirse como una teoría ética y política según la cual la obligatoriedad de las normas no reside en su fundamentación, sino que está determinada por la decisión de alguien con autoridad. La fórmula decisionista clásica, inevitablemente citada cada vez que se toca esta cuestión, es la famosa frase de Hobbes: “auctoritas, non veritas facit legem”. A favor del decisionismo suele argumentarse que los hombre, de hecho, obran por decisiones, y que incluso tienen que hacerlo así, debido a la temporalidad propia de la acción: nunca es posible resolver los problemas de la praxis por la mera reflexión racional, sino que llega el momento en que hay que inferir a ésta un corte (recordemos que decidere significa, precisamente “cortar”). Hobbes mismo no sostenía una postura irracionalista; pero sólo reconocía la racionalidad éticamente neutral, y trataba de mostrar cómo ésta puede ponerse al servicio del natural interés egoísta de los hombres y resolver así –mediante el cálculo prudente de la adecuación de los medios a los fines ya supuestos (como el de la supervivencia)- los problemas de la ética y de la política. Los fines, en cuanto a tales, no son determinados por la razón. Aunque Hobbes había independizado la ética de la metafísica, no pudo, por eso, desarrollar una ética reflexiva, argumentativa, como hubo de llevarla a cabo más tarde Kant. La cuestión del decisionismo está estrechamente ligada a la de la posibilidad de una razón práctica, o, lo que es equivalente, a la de la fundamentación racional de normas morales.