Como muchos de ustedes saben, fui amigo de Guillermo Obiols desde que ingresamos al Colegio Nacional, cuando éramos dos chicos que todavía no habíamos cumplido los trece años. Esta situación, sin duda privilegiada para conocerlo profundamente, se transforma en un obstáculo en el momento de hablar de su persona en estas circunstancias. Frecuentemente, las cuestiones relacionadas con la amistad -sobre todo cuando atraviesa tantas etapas de la vida- aunque conmovedoras para los involucrados, son intransferibles o poco significativas para aquellos que no han sido parte de esa relación. Por este motivo, trataré que estas palabras no circulen por ese camino privado -y para mí tan entrañable- cuando deba comentar por qué considero sobradamente merecido que la Facultad imponga su nombre a nuestra biblioteca.