La relación de la filosofía con su propio pasado es indudablemente problemática; el entrecruzamiento entre puntos de bifurcación y continuidad delimitan el espacio de la interpretación. Así, por un lado, Leibniz es considerado un cofundador de la dinámica clásica, a la vez que es reconocido un antecedente fundamental de las corrientes vitalistas del siglo XVIII, y en consecuencia, de la constitución de la biología. La reformulación de las leyes del choque a partir del teorema de las fuerzas vivas ofrece la posibilidad de hallar principios más allá de una materia puramente pasiva como fuente de los intercambios mecánicos que manifiestan los fenómenos. Sin embargo, se ha sostenido también que el contexto metafísico en que tiene lugar la distinción entre cuerpo animado y cuerpo inanimado no podía ofrecer un modelo de explicación empírica para los fenómenos vitales. Si esta caracterización es correcta, la misma no se ha de aplicar a los escritos científicos anteriores al desarrollo de la dinámica, ya que la nueva teoría física desplaza los ámbitos de explicación por razones a priori y empíricas. Mi propósito en esta ocasión será explorar esa posibilidad.