En un pasaje notable, Kant asegura que incluso el caso en el que una persona con declaradas intenciones asesinas se presentara en nuestra casa y nos preguntara si en ella se esconde nuestro amigo, si él estuviera allí, estaríamos obligados a decir la verdad, aun cuando ello implique la posibilidad de que el asesino lleve a cabo su propósito. Kant justifica esta opción que puede parecer poco agradable, a través de la distinción entre injusticia y perjuicio: si mi amigo fallece a consecuencia de mi declaración verdadera, no he cometido injusticia, esto es, no he faltado a ninguna norma, sino que se ha producido un perjuicio, sin que ello desfigure la ley ni la ética. Naturalmente, mi amigo no tendrá por qué sentirse mejor al saber que el perjuicio ocasionado por mi declaración no constituye una injusticia.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)