Referirse a la novela de aprendizaje como género requiere de numerosos ajustes teóricos; de esos ajustes me ocupé en otro lugar (de Diego, 1998). A los fines de estas páginas, sólo me interesa partir de este concepto genérico casi como un axioma. Digamos entonces que se trata de un tipo de novela: a) en la que se narra el desarrollo de un personaje -generalmente un joven- a través de sucesivas experiencias que van afectando su posición ante sí mismo, y ante el mundo y las cosas; por ende, el héroe se transforma en un principio estructurante de la obra; b) que cumple -o busca cumplir- una función propedéutica, ya sea positiva -modelo a imitar- o negativa -modelo a rechazar-, independientemente de la mayor o menor presencia de la voz autoral; c) a cuya caracterización pueden ser asociados textos de diferentes épocas y de diversa procedencia; d) que no cumple un papel fijo en los debates ideológicos, ya que su grado de reformismo o conservadurismo depende de los modos de relacionarse los textos con los contextos históricos de producción.