Argentina configuró hacia principios del siglo XX un vasto escenario de conflictos de intereses contrapuestos, fermentario de corrientes ideológicas modernas, cuyo choque más o menos violento y oportunista, llevó su impronta a la sociedad conservadora postcolonial.
La Plata recién fundada, con una afluencia inmigratoria acentuada por la proliferación de obras públicas, la construcción de fastuosos palacios, la prolongación de los ferrocarriles hacia el Puerto, (concretado con la intervención de miles de trabajadores italianos), y hasta la contratación de personal policial en paises europeos, resultó un centro representativo importante de esas contradicciones que desembocaron finalmente en la crisis del 90.
La recurrencia a la inmigración masiva, aún para oponerla a las huelgas que, por mejores condiciones de vida sostenían muchos engañados con promesas incumplidas, consolidó la formación de “sociedades de resistencia”, entidades mutualistas y de cooperación voluntaria, entre obreros de distintas especialidades y nacionalidades.