Corría el año 1987 y me encontraba terminando mi tesis doctoral en el Leibniz-Archiv de Hannover, intentando desentrañar los conceptos de libertad y determinismo en este autor alemán, cuando quiso el azar (¿o acaso la necesidad?) que Quintín Racionero decidiera investigar también allí por una temporada. El caso fue que un día, durante uno de los cotidianos y nada sibaríticos almuerzos en la cantina, Albert Heinekamp -el entonces director del Archivo, desgraciadamente ya fallecido- nos lanzó una cuestión que ante nuestros oídos se presentó como un reto: “¿por qué no fundan una Sociedad Leibniz en España?”. Así que, convenientemente aguijoneados por Heinekamp - sin duda, el más entusiasta leibniziano que he conocido en mi vida - nos convertimos en los promotores de una empresa que terminó por cristalizar dos años después, cuando en septiembre de 1989 se creó en Madrid la “Sociedad Española Leibniz”, en el seno de la Sociedad Española de Filosofía, con los objetivos estatutarios de promocionar y difundir los estudios y publicaciones sobre la filosofía, la ciencia y la teoría política de los siglos XVII y XVIII.
(Párrafo extraído del texto a modo de resumen)