Este fenómeno llamó especialmente nuestra atención al visitar algunas cárceles de Italia. De pronto, rimando el tono de su voz con el matiz grisáceo de la tarde sin sol, un calabrés con cuello de toro y manos como garras, conciudadano de Musolino, nos guiñó el ojo picarescamente. Vivía más satisfecho en la cárcel de Roma que en su montaña abrupta. Mirando su cara simiesca, parecía leerse en ella la satisfacción de un hombre que ha realizado su ideal.