Podemos pensar que la exclusión y la inclusión son cara y seca de una misma moneda, ya que no habría nadie totalmente incluido o totalmente excluido; a su vez, es pertinente considerar a la exclusión no como una situación procesual en la que no existe ningún tipo de relación social sino que lo que aparece es un conjunto de relaciones sociales particulares de desventajas de algunos en relación con otros. No hay nadie que esté fuera de la sociedad, sino que ciertas poblaciones se encuentran situadas en unas posiciones cuyas relaciones son débiles y lábiles, por ejemplo trabajadores desempleados, jóvenes mal escolarizados, familias con escasa atención médica o difícil acceso a la justicia, etc. Tal vez la exclusión extrema no es siquiera imaginable ni cognoscible, ya que los sujetos que la experimentan no aparecen visibles en los medios o en las investigaciones de las diferentes ciencias; en Argentina podemos pensar en poblaciones autóctonas u originarias que se encuentran muy alejadas de los centros urbanos, sin poder acceder y con contactos mínimos con otras poblaciones rurales relativamente cercanas.
Es pertinente sostener, como propone Castel, que a priori no existe ninguna línea divisoria clara entre situaciones de vulnerabilidad y estabilidad; es decir, los procesos de exclusión-inclusión muestran zonas grises donde algunos viven sobre “la cuerda floja” y otros han caído al “foso”, pero también encontramos intercambios ascendentes de mayor o menor duración (2013, p. 33).
Analizaremos ahora específicamente los procesos de igualdad tomando como eje el acceso a la seguridad; es decir, trataremos de percibir qué posibles vinculaciones encontramos entre inclusión, justicia y delito, para luego observar la institución carcelaria.