Tanto desde los estudios literarios, por una parte, como desde la historia cultural argentina, por otra, entre fines del siglo pasado y el presente ha comenzado a desarrollarse poco a poco una revisión de la década de 1930. Más allá de los sucesos económicos y políticos que la definieron como "década infame", se la ha comenzado a considerar en el marco del período más amplio de entreguerras (1925-1945) como un momento en el que se establecieron importantes contactos entre la literatura culta y los géneros de consumo popular (Gramuglio, 2001) y en el que se comenzó a construir la identidad de los sectores populares porteños a partir de un desarrollo de los medios masivos, de las actividades culturales barriales y de un vuelco hacia el entretenimiento, apoyado por la presencia de la radio, del cine, de los bailes (Romero, 1995). El último libro de Lila Caimari presenta un conjunto de ensayos que de alguna manera continúan con estas líneas de complejización de los años treinta, mediante el análisis de la estrecha relación que se forjó entre las prácticas delictivas y policiales en los barrios porteños y un conjunto de representaciones literarias y periodísticas del delito. El período en el que se asienta este libro no sólo se vincula con un momento de intensificación de la violencia política sino, más particularmente, con el surgimiento de nuevos modos de violencia asociados al desarrollo y la comercialización de tecnologías modernas, como el automóvil o las armas, que utilizarían primero los delincuentes y luego la policía.