Estamos frente a un libro sobre música. Si bien últimamente este sector del mundo editorial argentino ha empezado a moverse un poco –ahí están la editorial El Gourmet Musical, una colección de Eterna Cadencia o, más esporádicamente, algunos títulos “sonoros” de Paidós–, los libros sobre música siguen siendo la Cenicienta de la vida cultural argentina. Se comentan poco en los suplementos literarios y los de espectáculo generalmente los evitan, porque evitan los libros en general. Los libreros suelen agruparlos en los últimos anaqueles, con cancioneros y otras publicaciones de estilo fanzine. A su vez, este lote está próximo al de los libros de cine –que son un poco más prestigiosos, tienen más “aparato teórico” y tradición crítica– y los de cocina. A propósito de esto último, vale recordar las palabras de La Rochefoucauld, oportunamente citadas por Pierre Bourdieu, cuando afirmaba que nuestro amor propio está menos dispuesto a aceptar la crítica a nuestro gusto que a nuestras opiniones, incluso las opiniones políticas. En tal caso, que los libros de música estén cerca de los de cocina quizá no sea algo tan malo. No estoy dispuesto a discutir mi gusto por el risotto, de la misma manera que un melómano no desea discutir su amor por Verdi.