Horas antes del juramento de los miembros recientemente electos de la cámara de los representantes (Pyithu Hluttaw) del parlamento de Myanmar, surgidos de las últimas elecciones generales de noviembre de 2020, el 1 de febrero fuerzas del ejército (Tatmadaw) lideradas por el general Min Aung Hlaing derrocaron al gobierno, conducido hasta entonces por la premio nobel Aung San Suu Kyi, en lo que la prensa internacional y líderes mundiales han definido como un golpe de estado. Con la nueva toma del poder por los militares se ha derrumbado la frágil fachada democrática que cubría la naturaleza de las relaciones cívico-militares en este país del Sudeste Asiático en los últimos años, mostrando su cruda realidad autoritaria. Porque a diferencia de lo que se puede entender desde Occidente, el proceso de la transición democrática no fue impulsado principalmente por las fuerzas civiles, sino que fue encauzado fundamentalmente por las fuerzas militares, para lograr una democracia que lejos está de ser liberal, más bien descrita como una “floreciente democracia disciplinada” según la constitución de 2008. De ahí que el sistema político de Myanmar, más allá de las apariencias, no debe ser entendido como una democracia liberal al estilo occidental, sino más bien bajo los rasgos de un autoritarismo electoral o autoritarismo competitivo, por lo que la noción clásica de golpe de estado no logra cubrir las complejidades solapadas de las dinámicas políticas contemporáneas de Myanmar. Para no caer en una crónica simplista de los hechos, o la lectura fragmentada desde la visión occidental, es necesario adentrarse en la historia reciente de Myanmar para entender en profundidad las especificidades de lo acontecido.