La muerte del doctor Florentino Ameghino enluta el bogar, del que era antorcha destellante, de la ciencia americana. Este hombre, consagrado durante cuarenta y dos años al trabajo, a la investigación, al pensamiento extraño a los halagos de la vida fácil, modesto, probo, sin envidias, sin odios, sin ambiciones que no fueran nobles, hijo de sus obras, como los grandes civilizadores, es el ejemplo más puro que podemos ofrecer de voluntad y dedicación, a la juventud argentina.