La decisión del Presidente turco, Recep Erdogan, de hacer que la Catedral de Santa Sofía deje de ser un museo, lo que era desde 1934, y vuelva a ser utilizada como mezquita, es decir el uso que se le dio desde 1453 cuando los otomanos conquistaron Constantinopla hasta aquella fecha, ha acaparado la mayoría de los titulares de los medios que se ocupan de temas internacionales.
La decisión ha generado rechazo comprensible a nivel de las comunidades cristianas en aquel país y en el exterior, que ven esta decisión de Erdogan como un claro ejemplo de su política de “re-islamización” o de “neo-otomanismo”.
También fue rechazada por parte de los Estados Unidos y de la misma UNESCO. Rusia, por su parte, ha considerado al tema como una decisión de política interna turca, algo que tiene más de realismo político que cualquier otro componente.
Todas las reacciones externas eran esperables, y no podían dejar de realizarse, aunque más como una formalidad que con una clara voluntad de modificar la decisión turca.
Sin embargo, eso no es lo esencial a la hora de analizar lo realizado por el Presidente Erdogan sino que tanto su decisión como las reacciones generadas nos muestran importantes tendencias en el sistema internacional y entre quienes estamos interesados en analizarlo.