La personalidad de Alejandro Korn adquirió su fisonomía peculiar y definitiva al incorporarse a la docencia universitaria. Aquel médico rural, producto curioso (pero no raro en nuestro ambiente) de la fusión de un linaje exótico con el espíritu nativo, aquel psiquiatra intuitivo que en el Hospital Provincial de Alienados convivía con sus pacientes hasta adquirir algunos de sus tics y manías, parecía estar destinado a una común trayectoria provinciana, determinada por la rutina profesional. De haber sido así, lo natural es que se lo recordara como un ciudadano honesto y progresista, algo leído, políticamente oscilante de acuerdo con el clima transi- cional de comienzos del siglo. El mismo solía definirse, con descarnada objetividad, como un hombre de su medio y de su tiempo.