En el mundo de la cultura —al que podríamos calificar como esencialmente axiotrópico— no puede hablarse de una “armonía preestablecida”. La cultura nace de un radical conflicto —el conflicto del hombre con la naturaleza— y este origen le imprime un carácter esencialmente conflictual, en el que ya no es posible descubrir una regularidad semejante a la del universo biológico o físico, salvo asumiendo puntos de vista muy especiales . Se ha dicho a menudo que el hombre, mediante la cultura, hace crecer el mundo de la realidad, introduciendo en él objetos no naturales. ¿Cuál es la causa de este proceso? ¿Por qué necesita el hombre acrecentar el mundo? Evidentemente, porque el mundo natural, dado, le resulta insuficiente. Las creaciones culturales representan intentos de superar los límites propios del mundo natural. Toda actividad cultural apunta a una trascendencia, es decir: a aquello que no nos está dado, pero que concebimos y buscamos. Y esa búsqueda se traduce en creaciones. El primer conflicto de la cultura es, pues, el que ella tiene con la naturaleza; es la oposición entre los obstáculos a las tendencias humanas y la concepción (o quizá intuición) de una trascendencia.