El hecho de que la fenomenología constituye un elemento importante y decisivo en la vida intelectual del siglo XX, por lo menos en la primera mitad y hasta el presente, puede ser considerado hoy como algo históricamente indiscutible. Esto es válido tanto en un sentido amplio como en uno estricto. En este último cuando se entiende por fenomenología una corriente filosófica específica, y, en sentido amplio, cuando con ella se resume todo lo que se ha presentado bajo ese nombre en los diversos ámbitos de la cultura, ya sea con referencia a la filosofía o por sí mismo. Pues tanto en el dominio de lo extracientífico —en la poesía moderna, por ejemplo— como en el de lo propiamente científico —y, en éste, no sólo en la ciencia espiritual (piénsese en la psicología, la psiquiatría, la sociología, la etnología, etc, sino también en la ciencia natural— se habla por todas partes acerca de fenomenología, de método fenomenológico, etc. En tal situación surge hoy la necesidad de una reflexión, por dos motivos. El primero es el fundamental: si la fenomenología pretende ser filosofía, le corresponde reflexionar sobre aquello que ella es y sobre lo que quiere ser. Desde los comienzos de la filosofía en el pensamiento griego, la exigencia del "Lógon dídonaí", del dar cuenta, acompaña hasta el presente a todo filosofar. Aquí aparece entonces, para la fenomenología en particular, una segunda necesidad de reflexión. Su evolución como corriente intelectual específica parece haber llegado a un estado crítico en el que se impone la siguiente pregunta: ¿se trata de una crisis de la fenomenología, de la cual puede resurgir una nueva vida mediante una re-formación, o ha pasado ya el tiempo de la fenomenología, por lo menos en su forma clásica?