La distancia de Lima al Cuzco por tierra es de 1.170 kilómetros: un largo viaje junto al mar, primero, atravesando desiertos salpicados aquí y allá por islas vegetales que como banderitas verdes clavadas en un mapa color arena señalan los lugares habitados. Después de Nazca —el pueblo de las maravillosas cerámicas arqueológicas—, la ruta toma decididamente hacia el oeste, internándose en el paisaje andino, cada vez más alto, cada vez más solo, cada vez más frío... Si esta travesía se hace en el ómnibus público, insume tres días y dos noches. En cambio, “por aire” no hay más que 600 kilómetros, que el avión hace en un par de horas volando en medio de un desfiladero formado por las altas montañas, entre las que se destaca, impresionante, el nevado Salcantay, que sobrepasa los seis mil metros.
Hace exactamente cincuenta años —fue el 24 de julio de 1911— la “ciudad perdida” apareció, como surgiendo del misterio, ante la atónita mirada azul de Hiram Bingham, un joven profesor de historia hispanoamericana de la Universidad de Yale. El cincuentenario del magno hecho arqueológico nos anima a trasladar a estas páginas los apuntes de nuestro “carnet de viaje”.