A caso la crítica de arte no haya sido una tarea específica de la Generación del Ochenta. Si se exceptúa a Roberto J. Payró y Eduardo Schiaffino, se advierte que predomina la crítica literaria: Oyuela, Cané, Gutiérrez —el propio Payró—, Groussac, etc. A menudo la primera fue un desprendimiento o extensión circunstancial de la segunda. Fue, en todo caso, una crítica ejercida por novelistas y poetas; y así como las ideas filosóficas existen dispersas en la prosa del relato o reportaje, más que en tratados filosóficos, así también ocurre con las ideas estéticas. Hay numerosos pasajes en la literatura narrativa que permiten formarse una idea de lo que contaba para la formación y emisión del juicio crítico. Dentro de una concepción positivista de la literatura y el arte, se afirma el naturalismo que le es inherente. Sin rumbo, de Cambaceres; La gran Aldea, de Lucio V. López; muchos párrafos incidentales de Cané y de Mansilla contienen descripciones de interiores, retratos, jardinería, cuadros de historia, escenas de género, objetos suntuarios, esculturas, grabados y dibujos, así como nombres de artistas, en los que la aceptación y el elogio alternan con el desdén y la reprobación seria o jocosa. Se trata de un discurso que involucra el tema y la ejecución. Lo verosímil es una de sus categorías; la elegancia, el esprit de finesse, la integración de los ambientes y la ridícula acumulación —sinónimo sobreentendido de rastacuerismo cultural— también determinan el correspondiente juicio de valor. La ocasión de hacerlo no se muestra esquiva, dado que el arte naturalista —prosa o plástica- implica la descripción, en la que siempre existe la posibilidad de enfrentarse con la obra de arte.