Hacia 1877 el complicado panorama político, agravado por la crisis económico- financiera, llevó al Gobierno Nacional a tomar una gran decisión: lograr la conciliación de los partidos sobreponiéndose a las pasiones en pugna.
La Provincia de Buenos Aires, gobernada desde 1875 por el autonomista Carlos Casares, presentaba un complejo y convulsionado cuadro político en momentos en que debía pensarse en la renovación de las Cámaras y la elección del futuro gobernador. El Partido Nacionalista encabezado por Bartolomé Mitre, opositor al gobierno, había optado por la abstención. Por su parte, el autonomismo se había fraccionado en dos grupos: delvallistas y cambaceristas.
Esta división preocupaba al jefe del partido, Adolfo Alsina, quien logró que dichas fracciones presentaran lista común de legisladores.
Los partidarios de la conciliación hicieron manifestaciones públicas a favor de la misma. Casares en su mensaje llamaba al mitrismo al ejercicio de sus derechos cívicos. Avellaneda, al inaugurar las sesiones del Congreso, ofrecía amplias garantías en pos de la unidad. Su plan era una política para todos con igualdad de derechos. Los hechos posteriores confirmaron estas declaraciones y fue así que se dispuso levantar el Estado de Sitio y reincorporar al ejército a los oficiales que habían actuado en la revolución de 1874.
Los pasos seguidos por el gobierno, producto de intercambio de opiniones, se debieron fundamentalmente al deseo de evitar por medios pacíficos un movimiento revolucionario pronto a estallar, que explica el motivo de la renuncia de los oficiales a su reincorporación.