Con el cambio de milenio, cuando las relaciones entre el derecho y la literatura se vuelven también una preocupación en el ámbito de los estudios literarios bajo el rótulo “literatura y derechos humanos” (Slaughter, 2007; Goldberg y Moore, 2012), la empatía, y la relación cercana y afectiva que implica la lectura volvieron a colocarse en el centro de la discusión. En este nuevo espacio, la lectura empática puede verse cumpliendo varias funciones de expansión de los estudios literarios. Por un lado, modula y reformula las formas dominantes de la crítica a la par que señala los límites y excesos de la Alta Teoría; por otro lado, pone en el foco los efectos y afectos que genera la lectura en los lectores y en el mundo. La empatía parece poner en el centro, en este sentido, a los textos literarios mismos y también a la experiencia de lectura ordinaria frente a modos de leer que priorizan la abstracción teórica o la profesionalización libre de emociones. En ese marco, este trabajo propone entonces una reconsideración del argumento empático concentrándose en una de las dimensiones más discutidas, aquella que la vincula a la experiencia estética de lectura y que enfrenta las críticas de escasa sofisticación a la que le sigue el rótulo de “amateurismo” o fracaso en el cruce de disciplinas dentro del movimiento, demasiada cercanía al mundo ordinario de lectura para adecuarse al paradigma crítico tradicional, o una política débil y dubitativa.