¿Qué es, pues, lo “humano” de que el hombre debe ocuparse? En la noción de lo humano ¿cabe solamente aquello que define al hombre como ser finito, es decir, como excluyente del principio divino absolutamente trascendente y separado (lo absolutamente Otro) o bien ese principio divino está de algún modo presente, inherente (ύπάρχει en la expresión de Aristóteles), esto es, integra y da sentido a la naturaleza humana? Si el primer paso, indiscutido, de la humanitas, consistió en no ser extraño a nada de cuanto es humano, y su interés primordial fue llegar a todos los límites del humano conocimiento (sapere aude!), el grave problema se presenta cuando se trata de saber si algo externo, exterior, extraño al hombre, está, quiéralo el hombre o no, sépalo o no, acéptelo o no, en conexión con él, y si él puede de algún modo ser, existir y realizarse plenamente, o aún comprenderse, prescindiendo de ese algo que lo trasciende. “Aprende que el hombre sobrepasa infinitamente al hombre y escucha de tu maestro tu condición verdadera, que tú ignoras”.