La herencia del pasado nos muestra la contraposición polémica de las humanidades y la ciencia, que, bien miradas las cosas, no se puede seguir sosteniendo. A esta altura, el método científico se extiende a las disciplinas que se ocupan de los problemas del hombre y de sus creaciones, empresa definida con firmeza e intensidad en los últimos dos siglos de la cultura occidental. Asimismo, importa sobremanera la situación contemporánea de la humanidad, enfocada en consonancia con los datos específicos que ella ostenta, tratados rigurosamente y, en lo posible, conjugados los aspectos cuantitativos y cualitativos. En cuanto a la preocupación por el futuro, nos lleva a planificar la vida sobre bases ciertas, con el mayor alcance predictivo de que seamos capaces. Dentro de ese horizonte de época, el conocimiento del hombre no puede quedar librado sólo a la imagen que nos proporcionen de él las lenguas, las literaturas, la historia, la gramática, la filosofía, la lógica, la retórica. Ahora hay que integrar tales informaciones con las que provienen de la indagación experimental en antropología, en psicología, en sociología, en economía, en la ciencia política, disciplinas que configuran una imagen concreta, fechada, con su localización en el ámbito presente de la vida humana, y su logro de un lenguaje universal al nivel del concepto, no simplemente para hacer acopio de erudición, sino también para intervenir en la modificación y en la reforma de aquellos sectores deteriorados o desorganizados en el funcionamiento de los grupos, de las instituciones, de las sociedades consideradas en sus diversos estratos y problemas, o de las comunidades abordadas globalmente.